jueves

La sirvienta


Subía nervioso los pocos escalones que le separaban de aquel entresuelo. Y no era para menos. Cuando Marga le llamaba para decirle que dejase todo y acudiera a su casa era por algo importante. Aunque, quién sabe, igual era sólo por demostrarle quien mandaba. A su mente llegaba el recuerdo de aquel día en que, estando de viaje, tuvo que dejarlo todo y, totalmente asustado por lo que pudiera haber ocurrido, cogió el primer avión. Cuando por fin tuvo en aquella ocasión a Marga ante sí y le preguntó por qué le había hecho venir tan rápido, lo único que escuchó fue: tenía ganas de tener al zorrón de mi perro a mis pies. Podría ser igual en esta ocasión, aunque algo le decía que esta vez no sería así.
La puerta estaba entreabierta. La empujó suavemente. La casa estaba en semioscuridad y la única luz provenía de la ventana del salón. Allí estaba Marga, sentada en una silla que más parecía un trono. El contraluz daba a su figura un aire casi divino. Aunque no se podían adivinar las facciones de su rostro no importaba, porque la luz que llegaba desde detrás de ella la hacía brillar más aún, sus cabellos parecían aún más dorados y la negra capa que al parecer cubría su cuerpo daba un toque a la escena de mayor misterio.
¡Quieto ahí! Le ordenó con voz dulce pero firme. Quítate esas ropas que traes y ponte lo que hay sobre esa silla. Sus ojos se iban acostumbrando a aquella estancia. Ya podía ver mejor a su Ama. Efectivamente una capa negra cubría aquel precioso cuerpo, el mismo con el que soñaba cada noche. Un cuerpo totalmente desnudo salvo un arnés que sujetaba un amenazante consolador y unas botas con tacones de aguja que le llegaban más arriba de la rodilla. En sus manos una fusta completaba el cuadro, digno de haber sido inmortalizado por el mismísimo Velásquez.
Andrés se había enfundado ya aquellas medias negras y el tanga apenas cubría sus genitales. El delantal blanco y la cofia le hacían parecer un tanto esperpéntico. Pero no le importaba. Muy al contrario, Andrés ya disfrutaba convirtiéndose en una zorra muy puta para su Ama. En otros tiempos aquello le había creado conflictos mentales, en algunas ocasiones llegó a dejar la D/S, su mente no terminaba de admitir aquellas transformaciones... pero por fin llegó a un “entente cordiale” consigo mismo. En la calle seguiría siendo aquel hombre respetable al que muchos admiraban (también hay que reconocer que otros odiaban), pero cuando estuviese con Marga sería todo lo que ella quisiera. Instintivamente se arrodillo ante Marga para que le pintase unos labios muy rojos y le perfilase los ojos para parecer aún más una sirvienta putona. Sabía que a su Ama le encantaba verle así, y ésa era una razón más que suficiente para que a él también le encantase.
Mientras le pintaba los labios, con la otra mano Marga iba recorriendo el cuerpo de su sumiso. De repente la mano se cerró con fuerza y dijo ¿De quién es esta polla? Aunque el dolor por el apretón se le subía a la garganta, Andrés consiguió contestar: De mi dueña y Señora, sólo tuya para que la utilices cómo y para lo que quieras.
La relación entre Marga y Andrés era muy especial. El tuteo era habitual entre ellos, si bien se mantenía el tratamiento de Señora, mi Ama o incluso solamente Marga. Y, aunque instintivamente desde los comienzos Andrés miraba hacia el suelo cuando le hablaba su Ama, a ésta le gustaba que la mirase a los ojos. Por dos razones. Una porque le encantaba que la mirasen y la admirasen, le gustaba sentirse contemplada. Y otra porque disfrutaba mirando los ojos de aquel hombretón que parecía un corderillo asustadizo, casi tembloroso. A veces Marga, bien porque se cansara de mirarle a los ojos o bien por hacerle saber su condición de sumiso, le indicaba que bajara la mirada. Y si Andrés por cualquier razón no se percataba de las indicaciones, la mano de su Ama cruzaba su cara en un sonoro bofetón. A veces incluso le daban ganas de hacer como que no se enteraba, para sentir en su cara aquellos bofetones.
A cuatro patas, Andrés iba lamiendo los pies de su Ama mientras la fusta iba recorriendo la espalda de un Andrés totalmente sometido, dispuesto a todo lo que su Ama desease. De repente se oyó un chasquido y Andrés sintió la picazón de la fusta en su culo. Después vino otro, otro más, y otro... Marga estaba en pié, recorría el cuerpo de Andrés con la fusta... y un nuevo golpe. Hasta que el culo mostraba predominantemente el color rojo. Marga cogió a Andrés de la barbilla, le obligó a abrir la boca y dejó caer lentamente su saliva para que cayese en la boca de Andrés. “Trágala”, traga mi esencia, le decía. Para entonces Marga ya tenía su mano enfundada en un guante de látex blanco y acariciaba lentamente el ano de Andrés para dilatarlo. Él ya sabía lo que vendría después. Mientras iba introduciendo un dedo en aquel sumiso culo, cogió su cabeza y la acercó hasta su coño. “lame, perro, lame con pasión hasta hacerme subir a las estrellas” La lengua de Andrés iba recorriendo los muslos, acariciando aquella deliciosa piel, acercándose más y más a su destino, lentamente... hasta que el sabor de los flujos de su Ama inundó todos los sentidos de aquel dichoso sumiso. La lengua entraba y salía, acariciaba el clítoris una y otra vez, lo rodeaba, sus labios lo aprisionaban, más, más, más... De la boca de Marga salió un grito mientras apretaba con fuerza la cabeza de Andrés entre sus muslos, queriendo con sus manos meterla dentro de ella.
“Date la vuelta, que te voy a poseer, voy a consumar mi dominio sobre ti” Andrés seguía a cuatro patas, sin decir palabra como buen perro, haciendo todo lo que su Ama deseaba. Sintió a Marga detrás de él, le cogió por la cintura y apuntó el consolador en el ano. Lentamente fue entrando hasta que estuvo todo dentro de Andrés. Marga se sentía victoriosa, apretando, llevando el dominio sobre aquel hombre hasta su máxima expresión. Y empujaba, empujaba... Andrés sentía una mezcla de dolor y de placer, estaba a punto de correrse... entonces sintió la mano de Marga presionando su polla, estrujándola, hasta que todo el semen cayó en su mano, la misma mano que había estado momentos antes en el ano de Andrés para dilatarlo. “Toma, tu propio semen y no dejes ni una gota, zorra” Esto decía Marga mientras restregaba el semen por la cara y metía los dedos uno a uno en la boca.
Sonó el timbre de la puerta. “Zorra, arréglate la cofia y el delantal y ve a abrir”. Andrés se quedó atónito. ¿Cómo iba a abrir estando así? ¿Quién estaría llamando a la puerta? ¿Y sin era el cartero, la vecina... Pero no dijo nada. Se dirigió a la puerta...
Andrés se miró un momento en el espejo de la entrada, para cerciorarse de que todo estaba en su sitio. La cofia bien puesta, el delantal derechito... y sus genitales, milagrosamente, sin salirse del tanga. El carmín de los labios había desaparecido por completo. Casi temblando ante la incertidumbre de quién pudiese estar al otro lado de la puerta, descorrió el cerrojo y abrió. La expresión de su rostro se quedó congelada, no acertaba a articular palabra. Delante de él se encontraba una pareja. Casi no reparó en el hombre, aunque en las décimas de segundo que le miró pudo comprobar que era un hombre de mediana edad, bien parecido, bien vestido... Pero sólo le dedicó eso, unas décimas de segundo. Sus ojos se quedaron clavados en ella. Una mujer de unos treinta años, con un leve toque oriental en sus rasgos, de una belleza excepcional. Si el amor a primera vista existe, Andrés se había enamorado en aquel momento.
Los visitantes no se sorprendieron al ver a Andrés de semejante guisa. Ella le sonrió y traspasó la puerta, haciendo una leve caricia sobre la polla del atónito Andrés, por encima del delantal. Se quedó mirándola cómo se iba directamente hasta la habitación donde se encontraba Marga. Estaba claro que conocía la casa. Tenía clase al andar, mucha clase. Podría haber sido modelo, pero también había en sus formas cierto aire de nobleza. El hombre la siguió. Al pasar junto a Andrés le dio un pequeño cachete en el culo.
Después de los oportunos saludos, los visitantes se sentaron en el sofá, mientras que Marga utilizó uno de los sillones.
- Zorra, trae café para mis invitados –le espetó Marga-. El mío ya sabes cómo me gusta.
Andrés se dirigió a la cocina, preparó el café y lo sirvió en una bandeja de plata, como le gustaba a su Ama. Después de servirlo se quedó junto a la puerta, a la espera de nuevas órdenes. Pero no podía dejar de mirar a la recién llegada. Se había quitado la chaqueta (que Andrés había colgado oportunamente en el perchero) y estaba con una camiseta de Versace, una falda corta que no llegaba a ser mini, estando cubiertas sus piernas por unas medias negras. Había tenido las piernas cruzadas mientras hablaba con Marga, lo que había hecho que la falda se subiera, pudiendo verse parte de sus braguitas tanga, también negras.
Por la conversación Andrés pudo saber que se llamaba Yaiza, que era rusa de origen y que no era Ama ni sumisa, pero sí adicta al sexo. En aquel momento Yaiza tenía la falda casi en la cintura y las piernas abiertas. Marga interrumpió la conversación y se quedó mirando fijamente a Andrés.
- Putón ¿te gusta lo que ves? ¿Y a qué estás esperando para complacer a mi invitada? Quiero que le comas el coño de forma que la hagas disfrutar como haces conmigo.
Fue terminar de hablar su Ama y Andrés ya se encontraba de rodillas ante Yaiza, pasando su lengua por aquellos muslos que parecían hechos de seda. Mientras tanto, El acompañante de Yaiza se había sentado en el reposabrazos del sillón donde se encontraba Marga. Lo último que Andrés vio fue que se estaban besando apasionadamente. Pero él tenía una misión que cumplir. Fue poco a poco acercando su boca, su lengua, atraído por aquel coño que imaginaba detrás de las braguitas, que por cierto, ya estaban húmedas antes de que llegase a ellas la boca de Andrés. Con su lengua las separó y pudo apreciar que aquel coñito estaba totalmente rasurado. Era un auténtico manjar. Mentalmente daba gracias a su Ama por aquel festín. Puso toda su atención en realizar una buena faena. Por complacer a su Ama, por disfrutar él también y, sobre todo, por dejar una buena impresión a aquella belleza. Fue acariciando el clítoris con su lengua, le hacía crecer, metía su lengua (por cierto, una lengua más larga de lo habitual) en el interior de la vagina, realizaba pequeñas presiones con sus labios sobre el clítoris, le empujaba a veces con más ímpetu, a veces dulcemente, según las reacciones que notaba en ella. Yaiza comenzó a proferir unos chillidos casi apagados, pero cada vez más intensos y seguidos, apretaba la cabeza de Andrés contra su coño hasta que lanzó un grito fuerte y apretó a Andrés con tal fuerza que por un momento pensó que su cabeza iba a estallar. Su boca se llenó de los flujos de aquella diosa. Inesperadamente ella se puso en pie e hizo que él también se incorporara si dejar de tener la cabeza de Andrés entre las manos. Cuando ambos estuvieron de pie, uno frente al otro, le besó en la boca con furia, sorbiendo sus propios flujos desde la boca de Andrés. Mientras tanto, fue quitándole el delantal (la cofia había desaparecido mucho antes) y le arrancó de un golpe el tanga, destrozándolo. Los dos desnudos, uno frente al otro, los cuerpos pegados sin dejar de besarse. Andrés no daba crédito a lo que estaba ocurriendo. Volvía a ser un hombre normal besando a una mujer ¡Y qué mujer! Temía que aquello fuese un sueño y despertarse en cualquier momento. Pero no, no lo era, ella era real, de carne y hueso. Sintió cómo cogía su polla con aquellas tiernas manos y se la metía dentro. Andrés la abrazó con fuerza, se sentía bien, se sentía hombre. Pero en ese mismo instante sintió arder su culo por efecto de un fustazo de su Ama.
- Ni te atrevas a tocarla. Tú sólo hazla disfrutar. Y haz bien el trabajo, pero sin olvidar que eres mi puta zorra.
Aquello desconcentró a Andrés y su polla se vino abajo. Yaiza le empujó sobre el sofá, lo tumbó y se sentó sobre sus piernas. Mírame, le dijo. Y acto seguido dejó caer sus cabellos rubios sobre la polla de Andrés, acariciándola con ellos. Con su mano los echó hacia atrás –no dejes de mirarme, le repitió- y, mirándole a los ojos, comenzó a pasar su lengua por la polla. Andrés quería estallar. “Aguanta, no vayas a correrte”. Andrés escuchó la voz de su Ama diciendo a Yaiza que no se preocupara, que esa puta zorra no se correría, porque ya sabía lo que podría suceder si lo hacía.
Andrés pensaba que jamás había tenido la polla tan dura, estaba mirando cómo ella la iba lamiendo, hasta que la introdujo totalmente en su boca, succionándola con énfasis. Pensaba que no iba aguantar, que iba a estallar en la boca de aquella preciosidad. Pero en ese momento ella levantó la cabeza, le acarició en la cara, “tranquilo, y fue introduciendo sus dedos uno a uno en la boca de Andrés, jugando con sus labios, llevándolos después a su propia boca y chupándolos lentamente, sonriendo a Andrés. Tan absorto estaba el pobre sumiso viendo aquella escena que ni se había dado cuenta de que Yaiza había cogido la polla y se la había introducido en su coño y comenzaba a cabalgar sobre Andrés. Yaiza saltaba y saltaba sobre la polla de Andrés, gritaba en ruso algo que Andrés no acertaba a descifrar, se aferraba a la cintura de “su montura” para que la polla no llegase a salirse... hasta que de nuevo lanzó un grito y cayó sobre él abrazándolo, besándolo por todo el cuerpo y quedándose tiernamente abrazada a él, dándole dulces besitos en sus labios.
Andrés perdió la noción del tiempo y del lugar en que se encontraba. Instintivamente comenzó a acariciarle los cabellos con una mano mientras la otra recorría la espalda de aquella mujer. De repente sintió un mordisco en sus labios. Tenía los ojos de su Ama casi pegando a los suyos.
- Te había dicho que ni se te ocurriera tocarla. ¿Pensabas por un momento que volvías a ser un hombre? Eres una puta zorra, no lo olvides, “mi puta zorra”. Y para que lo recuerdes siempre, ahora vas a saber lo que es bueno. Carlos es bisexual (al parecer el visitante se llamaba así) y te voy a entregar a él durante el resto del día. Vas a ser más zorra que nunca.

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