
Como me habías indicado, había elegido un rincón de aquella cafetería desde el que se podía dominar todo el local y, por estar próximo a uno de los ventanales, también lo que ocurría en la calle. Sin embargo, absorto como estaba en mis pensamientos, no te vi llegar. De repente te presentí a mi lado. Levante la vista y allí estabas, sonriente, altiva, mirándome, observándome desde la altura que te proporcionaba el que tú estuvieses de pie y yo permaneciese aún sentado. Elegante, con un abrigo oscuro (entre negro y azul) y lo que bien podrían ser unas botas o unos botines, pero con un tacón alto en cualquier caso. Intenté levantarme, pero con tu mano empujaste sobre mi hombro, obligándome a permanecer en aquella posición, a la vez que acercaste tu cara a la mía y me besaste en la boca, terminando el breve beso con un pequeño mordisco en los labios. Te desabrochaste el abrigo. Efectivamente eran unas botas hasta la rodilla, una falda negra que casi llegaba a ser “mini” y una blusa del mismo color. Los dos botones superiores desabrochados permitían adivinar un sujetador de color rojo. Yo casi temblaba al contemplarte tan cerca, ese cuerpo con el que tanto había soñado, esos labios que tanto había deseado, aquellas piernas que tantas veces había imaginado acariciar... Allí estabas, junto a mí.
Cuando el camarero se acercó le pediste un café, sin mirarle, con tu vista clavada en mis ojos, en mis manos que temblorosas no se atrevían a tomar mi taza de café, no fuese a tirarla completamente. Cuando se hubo marchado el camarero, tu mano se dirigió directamente a mi entrepierna, acariciando mi polla por encima del pantalón.
- Así no me servirá para nada, dijiste. Tendrás que hacerla crecer.
Bien fuese por las caricias de tu mano, bien porque mi imaginación comenzaba a dispararse presintiendo tu cuerpo desnudo, mi polla obedeció rápidamente a tus deseos y comenzó a crecer. Llegó el camarero con tu café, pero tu mano no se quitó ni un momento de donde se encontraba y mi polla crecía más y más. Antes de que se fuese le pagué, diste dos sorbos, me miraste, y dijiste: “vamos”.
Junto a nosotros subieron al ascensor el chino, japonés o lo que fuese y dos individuos que parecían ejecutivos de alguna firma comercial. Como nosotros habíamos entrado primero, estábamos pegados a la pared del fondo. Los ejecutivos charlaban animadamente entre ellos de alguna venta importante, mientras que el oriental tenía sus ojos clavados en la puerta. Mi mano se dirigió disimuladamente a tus piernas, acarició tus muslos y los dedos apartaron el tanga y se introdujeron directamente en tu coño. ¡Albricias! Estabas chorreando. Llevé un dedo a mi boca y saboreé tus flujos. Cogiste mi mano y llevaste el dedo a tus labios, acariciándolo sensualmente.
Al salir del ascensor pude observar como las miradas de aquellos tres individuos se clavaban en tu blusa, seguramente tratando de conseguir ver algo más de lo que se adivinaba. Saliste del ascensor con una sonrisa en tus labios como quien se sabe triunfadora.
Cerrarse tras nosotros la puerta de la habitación y tomarte en mis brazos fue todo uno. Mis labios buscaron los tuyos, mi lengua se introdujo en tu boca mientras mis manos recorrían alocadamente todo tu cuerpo. Fui desnudándote con más torpeza que prisa. Cayó la blusa, también la falda... me aparté un segundo para contemplarte, con aquellas botas negras y tu ropa interior roja. Realmente magnífica. Con un clic cayó también el sujetador y mi boca buscó tus pechos, lamiéndolos, mordiendo tus pezones, queriendo llevar la lengua a cada uno de los poros de tu piel. Me diste un mordisco en el cuello que me hizo dar un respingo y te fui empujando para que tu boca bajase por mi cuerpo, que ya también se encontraba desnudo. Mi polla, totalmente dura, llegó a la altura de tu boca. La tomaste entre tus manos como quien coge un tesoro, la besaste tiernamente en la punta, me miraste fijamente a los ojos... y la situación dio un giro de 180 grados. Te levantaste y tu mano estalló contra mi cara en una sonora bofetada. En esa misma décima de segundo comprendí mi condición de sumiso y caí de rodillas.
- Yo haré lo que me dé la gana en el momento que me apetezca, pero no cuando tú lo decidas, me dijiste al oído.
Acto seguido cogiste mi cabeza entre tus manos y la llevaste hasta tu coño, restregando mi boca por él, de un lado a otro. Mi boca se llenó de tus flujos y mi lengua penetró en ti y comenzó a acariciar el clítoris, suave primero y después cada vez más aprisa, con mas fiereza.
- Cabrón, me gusta como me lo haces.
Hiciste que levantara la mirada hacia tu rostro y dejaste caer tu saliva en mi boca, para llevarme otra vez entre tus piernas, apretándome con tus muslos. Yo estaba como loco, como un perrito hambriento al que le hubiesen puesto el mejor plato de comida delante. Quería engullirlo todo mientras me decías “Sí, perro, cómetelo todo, más fuerte, zorra, quiero correrme y que bebas de mí”. Sentí como te corrías, no solo por tus espasmos, sino también por los flujos que inundaban mi boca. Cuando habías terminado fui a levantarme, pero me obligaste a tumbarme en el suelo mientras decías “Quieta, puta, que aún hay más. Te pusiste en cuclillas sobre mí y tu lluvia dorada comenzó a caer sobre mi pecho, salpicándome en la cara y llegando después hasta mi polla. Cuando habías terminado, lo acercaste a mi boca para que lo dejase bien limpio.
- Ahora prepara el baño, que después iremos a un sex shop. Quiero comprar contigo un equipo para jugar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario